Ciència Ficció a l’Argentina: Planeta, una presa fácil

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Ciència Ficció a l'Argentina: Planeta, una presa fácil

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Posted: 11/21/2012
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La década del ’60 fue una década espantosa. El planeta apenas se reponía de la terrible Guerra Mundial, Estados Unidos acababa de cumplir sus deberes en Corea y el mundo libre veía con esperanza un futuro tecnológico y atómico para el que se construían palaciegos refugios nucleares, o se compraban los que vendían prefabricados. El mundo estaba alerta, pero no para lo que sucedió.

Eduardo Orenstein

La guerra fría provocaba el agosto de los fabricantes de sobretodos.

En la Argentina comenzaba un movimiento musical de consecuencias imprevisibles en el terreno del arte y la política. El Club del Clan proyectó luminarias en el pentagrama melómano y a la que fue parte de la clase política logrando el gobernador en Tucumán, Ramón “Palito” Ortega, y la postulación, después de ejercer como ocultista, de Leo Dan.

Pero esta paz y bienestar demostró ser la calma que anunciaba el cataclismo.

Todo empezó con síntomas anodinos.

A mediados de la década, Roberto y Susana Casas vieron un plato volador y bajo su luz fueron despedidos dentro de su automóvil a más de 300kms. por hora hasta estrellarse. Ambos murieron.

Esta notícia pasó intrascendente, pero podría haber sido tomada con la gravedad que merecía si los observadores hubieran estado atentos a los antecedentes. Pocos años antes nos había llegado de Estados Unidos la completa y documentada información de hecho similares sucedidos en aquel país.

Un apacible domingo a la tarde, a principios de la década del 60, una base de entrenamiento militar norteamericana fue incendiada junto con todos los soldados por una lluvia de rayos incendiarios proyectados desde una flotilla de platos voladores. En ese país la información corrió como reguero de pólvora y mantuvo en vilo a la aterrorizada población.

Este no fue el único terrible evento. Los diferentes episodios de la amenaza que estaba padeciendo el país del Norte circulaban gracias a la saludable costumbre estadounidense de comer chicle. Norman Saunders, dibujante de “pulps”, novelas baratas de entretenimiento, puso su arte al servicio periodístico y dibujó 54 tarjetas coleccionables y distribuidas en paquetes de chicle; era la crónica despiadada del apocalíptico capitulo de la historia de la Humanidad llamado “Marte Ataca”.

Conocida la vocación apostólica de nuestros hermanos del Norte, y su inclaudicable deseo de prevenir desgracias, años más tarde nos hacen llegar aquellos chicles con las mismas tarjetas, pero escritas en castellano para el mejor consumo local.

Los vigilantes encargados de cuidar nuestros delicados espíritus, eliminaron en la edición local dos terribles tarjetas de las originales americanas, la 11 y la 19, dónde aparecen esqueletos de cuerpos incinerados por los marcianos, ahorrándonos el disgusto de verlas y reduciendo nuestra colección a 52 tarjetas más un índice. A pesar de tanto esfuerzo, la serie ni los chicles tuvieron el consumo que los empresarios deseaban. Otro error histórico que podría haber previsto una tragedia apenas controlada, y que ahora desataba toda su furia.

Porque en la década del ’60, invadieron la tierra de todos los rincones del espacio exterior. Tres planetas vecinos intentarían esclavizar nuestra especie, usurpar nuestro redondo planeta, y también cosas peores.

Los primeros fueron los marcianos, como bien se describe en “Marte Ataca”. A los aborígenes marcianos una enorme explosión nuclear les iba a reventar el planeta en cualquier momento. Ya estaba calculado y debían encontrar una alternativa habitacional. Estos extraterrestres, sumamente inteligentes, previeron con tiempo y descubrieron que su única salvación era conquistar la Tierra.

Con total desparpajo, partieron enjambres de platillos voladores hacia nuestro planeta. Todos iban cargados de feroces alienígenas armados con sofisticadas armas basadas en el uso de la energía solar.

Ni bien llegaron, la comunicación no fue amigable. Con los rayos incendiarios quemaron la base militar que mencionamos antes, y esto provocó que el previsor Presidente de los Estados Unidos declarara “Estado de emergencia nacional”. A partir de este momento la escalada de horror se volvió indescriptible pero haremos un esfuerzo por relatarlo ayudados por las tarjetas de Saunders.

Para empezar, diremos que los marcianos eran tan inteligentes como feos y su inteligencia era tan portentosa como su ingenio destructivo. La cabeza era enorme, macrocefálica, con el cerebro descomunal y solo cubierto por una membrana que dejaba a la vista las circunvoluciones, la cara era esquelética y tenía los mismos rasgos de una calavera, y el cuerpo era esmirriado, con la delgadez de un espectro, así se completa la fisonomía de estos extraterrestres. A la Tierra llegaron con escafandra y tubos de oxígeno marciano.

Luego de haber rendido cuenta de la base militar, destruir el planeta resultó una tarea fácil. Sistemáticamente, estos fueron los jalones: incendiaron Washington y el monumento a Lincoln, aniquilaron una flota norteamericana en operaciones en Filipinas, destruyeron el Golden Gate, convirtieron Broadway de Nueva York en un teatro del horror, derrumbaron los rascacielos y el heroico Empire State que ya había resistido a King-Kong, intentaron violar a una jovencita y atacaron a un valiente soldado por la espalda, también espantaron y luego aniquilaron a los ignorantes campesinos chinos que los consideraban un castigo de sus dioses, destruyeron la torre Eiffel, entraron en el parlamento inglés y mataron a varios senadores, y en la conmovedora tarjeta 36, aniquilaron un perro delante de su joven amo. El desprecio e impiedad de seres tan abyectos nunca tuvo parangón en nuestro planeta. La Humanidad se preguntaba si había conocido la suma del mal o se podía superar tanta monstruosidad. Y como siempre, de la Argentina vino la respuesta.

Algunos años después de la invasión marciana, la muerte de Roberto y Susana Casas dentro de su automóvil, en nuestro país, no había sido casual. Después del ataque extraterrestre, los tripulantes del plato volador recuperaron el cadáver aún tibio de Susana, con instrumental sofisticado le arrancaron el corazón y lo acondicionaron para soportar, aún palpitante, un viaje hasta el confín del Sistema Solar, un viaje al helado Plutón. Según parece, se había corrido la voz que la tierra era un planeta fácil.

Los plutonios habían descubierto en nuestro planeta la fuente de la eterna juventud, un corazón humano, colocado en un plutonio, podía hacerlo vivir más de 10.000 años.

La operación “Gran Cosecha de Corazones Humanos” se puso en marcha, y miles de naves plutonias partieron hacia la Tierra. Esta vez los cronistas son argentinos, Héctor Oesterheld, nos describe a lo largo de 100 tarjetas la pesadilla reiterada después de pocos años de invasión marciana. Alberto Breccia es el fiel ilustrador de los descarnados episodios que podrían haber borrado a la Humanidad de la faz del Universo y que serán recordados como“Platos Voladores al Ataque”.

Como los marcianos, los plutonios, que seguramente habían estudiado las tarjetas de “Marte Ataca”, empezaron por atacar objetivos militares del ejército argentino, de doble efectividad porque además eran gobierno. Empezaron lanzando rayos contra los cuarteles de Palermo y luego socavando sus cimientos. Más tarde sucumbieron Plaza de Mayo y el centro de la ciudad, y con una lógica particular siguieron por Nueva York, (apenas reconstruida después de lo de los marcianos), Berlín, Roma, París (otra vez), Tokyo, y de nuevo en nuestro país se ocuparon de barrios y suburbios: la calle Maipú hasta el puente Saavedra, Villa Lugano y San Isidro, de alguna manera querían demostrar que el cataclismo es democrático y le cae a las clases altas y bajas por igual.

Con estas invasiones, los terráqueos conocimos el sofisticado armamento que se estaba usando en el espacio exterior. Ellos no usaban balas, casi todo era con rayos y otros artilugios. Por un lado, los marcianos al principio disparaban sus lanzarrayos incendiarios alimentados con energía solar. Luego, con armas atómicas portátiles, destruían, al paso, escuelas, fábricas y hogares. Los marcianos tenían el terrible rayo congelador con el que enfriaban y endurecían a los humanos indefensos y luego con el rayo encogedor los reducían hasta la desaparición. En el colmo del sadismo usaron una gigantesca pala mecánica que desde el plato volador aplastaba multitudes contra los pocos edificios que quedaban en pie.

Y eso no fue todo, solo una mente retorcida que cabe únicamente en macrocefálicos de esta calaña, podía concebir y lograr el aumento hasta 500 veces del tamaño de repugnantes insectos. Entonces aparecieron las enormes arañas que tejíeron su tela de vereda a vereda para comerse todo lo que cayera en ella, inmundos escarabajos penetraron bajo tierra buscando familias enteras que devorar en los refugios subterráneos, y una oruga gigante quebró en dos el hermosos patrimonio de la humanidad: la torre Eiffel.

Por su parte, los plutonianos no les iban en saga a tanto malévolo ingenio. Las pistolas lanzarayos eran moneda corriente, pero el colmo de su capacidad bélica se volcaba a la ingenería genética. Primero, empezaron sembrando semillas de plantas de crecimiento inmediato, lo que podía ser la panacea al hambre mundial, pero esa no era la intención. Las plantas eran carnívoras y de raíces móviles, en procura de alimento corrían a la velocidad de un humano. Luego, con otra maniobra genética, lograron que los dinosaurios volvieran a invadir la Tierra y enormes tyranosaurios atacaron desprevenidos automovilistas en la carretera Tokyo-Osaka, se comieron a los choferes y desecharon la carrocería como simple cáscara, y pterodáctilos, cabalgados por plutonianos, atacaron aviones jet en vuelo. Los jinetes extraterrestres tenían cuidado de salvar a las azafatas, no por caballerosidad, si no por el placer de tirarlas ellos mismos.

No obstante tanta maldad, la resistencia terrícola superaba lo heroico. Cuando llegó un misterioso plato volador plutoniano con el mortífero “Rayo de tamaño”, valerosos aviones lo derribaron a costa de la propia vida de los pilotos. Antes de quedar destruido, el plato volador irradió unas chispitas del terrible rayo que dieron en un jardín de San Isidro y sobre un baboso caracol que enseguida creció hasta la altura de un edifico de 6 pisos. El caracol, a su paso, destruyó la calle Maipú y los aledaños, hasta que al llegar a Puente Saavedra, una ingeniosa ama de casa le tiró en la cabeza un paquete de veneno para babosas y lo mató en una repugnante agonía de baba, fluidos y gritos mortuorios.

Todo demostraba que no estábamos solos en el cosmos, nos invadían de los cuatro costados, y circunstancialmente del espacio vendría nuestra ayuda. Los de Saturno, enemigos acérrimos de Plutón nos iban a ayudar en la liberación. La derrota de los invasores era un hecho. En la emotiva tarjeta 22, el pacto Tierra-Saturno fue confirmado: “Una mano de cinco dedos y otra de tres se estrechan con gran fuerza, la Gran Alianza está sellada”.

Los Saturnianos, no tenían platos, si no “cigarros voladores” y desde ahí difundieron el gas de la locura, inócuo para los humanos, pero que hizo a los plutonianos bailar y reir frenéticos hasta la muerte. Luego vino la huída y la persecusión, los Saturnianos persiguieron a los Plutonianos hasta su propio planeta y con el rayo desintegrador aniquilaron todo resto de vida en el planeta que pretendió la inmortalidad con los tiernos corazones humanos.

Con el enemigo destruido, los Saturnianos podían mostrar su verdadera cara e intención: invadir la Tierra. De regreso de Putón, de paso por su planeta, cortaron la mitad exterior del característico anillo y con sus naves, lo empujaron hasta nuestro hogar planetario.

Al llegar, como un gigantesco bulldozer, el anillo de Saturno arrasó la Tierra, podó las selvas, recortó el Himalaya, hizo estallar volcanes y enterró las capitales, (otra vez el ensañamiento con nuestras ciudades e iba la tercera).

El Mundo, al borde del colapso, ignoraba que su salvación vendría del lejano sur, de la Argentina. Ignorante de su destino, el niño Bocha, de unos doce años, rescató al maestro Mario Vélez y juntos escaparon en un jeep hacía Bahía Blanca para encontrarse con el sabio profesor Lanús. Juntos establecerían un plan de lucha, aunque antes debían sortear en la carretera las temibles “Vacas al Ataque”, embravecidas por el Rayo Feroz de los saturnianos.

Con la experiencia de unos años antes con los marcianos, es sabido que el problema se debía cortar de raíz. Cuando fue la invasión marciana, la Tierra entera reunida en el “Comité Espacial”, organizó la operación exterminio en el Planeta Marte, y naves cargadas de bombas atómicas conducidas por furiosos y heroicos voluntarios, partieron a la noble venganza.

Cuando las bombas atómicas rebotaron contra el campo gravitatorio creado en torno al planeta marciano, la lucha cuerpo a cuerpo quedó como única opción y fue imprescindible lanzar con paracaídas soldados comando a la superficie de Marte.

Ni bien “amarcianizaron” los valerosos terrestres, los esmirriados marcianos huyeron frente a un enemigo feroz dispuesto a hacerles pagar con creces tanta crueldad contra la Tierra. Aún se nos hincha el pecho de emoción viendo la tarjeta 50, “Aplastando al enemigo”, donde un valeroso marín revienta de un culatazo el cerebro de un asqueroso marciano armado con cuchillo. Pero nuestros soldados no eran insensibles a las maravillosas ciudades bajo cúpulas creadas por tan inteligente como malvada civilización. Los edificios marcianos eran admirados antes de ser destruidos en busca del Centro Energético de las ciudades. Las escaramuzas con un Robot de más de 15 metros solo retrasaron lo inevitable,y finalmente, en la tarjeta 53 contemplamos la maravillosa destrucción del planeta Marte en una inmensa explosión atómica, culminando la fantástica epopeya que conocimos como “Marte Ataca”.

Años más tarde, siguiendo la crónica de “Platos Voladores al Ataque”, los plutonianos fueron vencidos en su planeta por los saturnianos, pero a éstos fuimos nosotros los encargados de destruirlos en su propia casa. El plan ideado por el profesor Lanús, junto con el maestro Vélez, tenía la simpleza de lo genial: colocarle un supermotor al planeta Saturno para desviarlo de su órbita hacia la de Plutón y hacer estrellar los dos planetas, “matar dos pájaros de un tiro”.

Para ello, se acondicionó una nave preparada para un viaje a Marte, (suponemos que de la invasión anterior), que se equipó con lanzadores de Rayos Antimateria Reforzados, como los de los saturnianos pero mejorados, (como no podía ser de otro modo viniendo de nosotros, los inventores de la birome, el colectivo y las medias de seda).

El problema del combustible para recorrer una distancia multiplicada en varios millones de kilómetros que es la diferencia entre Marte y la Tierra y Saturno y la Tierra, únicamente era solucionable con una tripulación mas liviana: 5 heroicos niños a las órdenes del valeroso Bocha. De más esta decirlo, si no, no estaríamos contando la historia, la operación fue un éxito. Bocha y sus compañeros colocaron el motor en Saturno y mantuvieron a raya los saturnianos hasta la colisión con el otro planeta enemigo. De vuelta a la Tierra bajaron en Bahía Blanca donde fueron recibidos en un baño de multitudes agradecidas.

Todos los saturnianos invasores de la Tierra también quedaron muertos, desactivados por ser robots movidos por la mente del emperador Uaur, desde Saturno.

Nuestro planeta Tierra acababa de aprender su segunda o tercera lección frente a los peligros del espacio exterior. Habían sido destruidas las principales ciudades del mundo y con tezón se reconstruyeron. Además, se había aniquilado tres planetas del Sistema Solar, reduciendo el selecto grupo a 6 girando alrededor del Sol.

En estos días, de acuerdo a testimonios de la moderna tecnología astronómica, los tres malignos planetas se han reconstruido y siguen dando vueltas vaya uno a saber por qué milagroso poder gravitatorio de la naturaleza, pero este cronista no sabe nada de astronomía.

Hoy estamos a salvo, tal vez no por mucho tiempo.

Extret de la revista satírica argentina Lápiz Japones (“lapijaponés”) 199?

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Comments (2)

  1. Soy el autor de esta nota hace muchos años, está llenas de errores tipográficos y bastante mal escrita en general, la he reescrito y me gustaría que la reemplaces ya que la estoy firmando. Si entra, acá te la mando, gracias
    eduardo

    LA TIERRA, UNA PRESA FÁCIL
    La década del ’60 fue una década espantosa. El planeta apenas se reponía de la terrible Guerra Mundial, Estados Unidos acababa de cumplir sus deberes en Corea y el mundo libre veía con esperanza un futuro tecnológico y atómico para el que se construían palaciegos refugios nucleares, o se compraban los que vendían prefabricados. El mundo estaba alerta, pero no para lo que sucedió
    Eduardo Orenstein

    La guerra fría provocaba el agosto de los fabricantes de sobretodos.
    En la Argentina comenzaba un movimiento musical de consecuencias imprevisibles en el terreno del arte y la política. El Club del Clan proyectó luminarias en el pentagrama melómano y a la que fue parte de la clase política logrando el gobernador en Tucumán, Ramón “Palito” Ortega, y la postulación, después de ejercer como ocultista, de Leo Dan.
    Pero esta paz y bienestar demostró ser la calma que anunciaba el cataclismo.
    Todo empezó con síntomas anodinos.
    A mediados de la década, Roberto y Susana Casas vieron un plato volador y bajo su luz fueron despedidos dentro de su automóvil a más de 300kms. por hora hasta estrellarse. Ambos murieron.
    Esta notícia pasó intrascendente, pero podría haber sido tomada con la gravedad que merecía si los observadores hubieran estado atentos a los antecedentes. Pocos años antes nos había llegado de Estados Unidos la completa y documentada información de hecho similares sucedidos en aquel país.
    Un apacible domingo a la tarde, a principios de la década del 60, una base de entrenamiento militar norteamericana fue incendiada junto con todos los soldados por una lluvia de rayos incendiarios proyectados desde una flotilla de platos voladores. En ese país la información corrió como reguero de pólvora y mantuvo en vilo a la aterrorizada población.
    Este no fue el único terrible evento. Los diferentes episodios de la amenaza que estaba padeciendo el país del Norte circulaban gracias a la saludable costumbre estadounidense de comer chicle. Norman Saunders, dibujante de “pulps”, novelas baratas de entretenimiento, puso su arte al servicio periodístico y dibujó 54 tarjetas coleccionables y distribuidas en paquetes de chicle; era la crónica despiadada del apocalíptico capitulo de la historia de la Humanidad llamado “Marte Ataca”.
    Conocida la vocación apostólica de nuestros hermanos del Norte, y su inclaudicable deseo de prevenir desgracias, años más tarde nos hacen llegar aquellos chicles con las mismas tarjetas, pero escritas en castellano para el mejor consumo local.
    Los vigilantes encargados de cuidar nuestros delicados espíritus, eliminaron en la edición local dos terribles tarjetas de las originales americanas, la 11 y la 19, dónde aparecen esqueletos de cuerpos incinerados por los marcianos, ahorrándonos el disgusto de verlas y reduciendo nuestra colección a 52 tarjetas más un índice. A pesar de tanto esfuerzo, la serie ni los chicles tuvieron el consumo que los empresarios deseaban. Otro error histórico que podría haber previsto una tragedia apenas controlada, y que ahora desataba toda su furia.
    Porque en la década del ’60, invadieron la tierra de todos los rincones del espacio exterior. Tres planetas vecinos intentarían esclavizar nuestra especie, usurpar nuestro redondo planeta, y también cosas peores.
    Los primeros fueron los marcianos, como bien se describe en “Marte Ataca”. A los aborígenes marcianos una enorme explosión nuclear les iba a reventar el planeta en cualquier momento. Ya estaba calculado y debían encontrar una alternativa habitacional. Estos extraterrestres, sumamente inteligentes, previeron con tiempo y descubrieron que su única salvación era conquistar la Tierra.
    Con total desparpajo, partieron enjambres de platillos voladores hacia nuestro planeta. Todos iban cargados de feroces alienígenas armados con sofisticadas armas basadas en el uso de la energía solar.
    Ni bien llegaron, la comunicación no fue amigable. Con los rayos incendiarios quemaron la base militar que mencionamos antes, y esto provocó que el previsor Presidente de los Estados Unidos declarara “Estado de emergencia nacional”. A partir de este momento la escalada de horror se volvió indescriptible pero haremos un esfuerzo por relatarlo ayudados por las tarjetas de Saunders.
    Para empezar, diremos que los marcianos eran tan inteligentes como feos y su inteligencia era tan portentosa como su ingenio destructivo. La cabeza era enorme, macrocefálica, con el cerebro descomunal y solo cubierto por una membrana que dejaba a la vista las circunvoluciones, la cara era esquelética y tenía los mismos rasgos de una calavera, y el cuerpo era esmirriado, con la delgadez de un espectro, así se completa la fisonomía de estos extraterrestres. A la Tierra llegaron con escafandra y tubos de oxígeno marciano.
    Luego de haber rendido cuenta de la base militar, destruir el planeta resultó una tarea fácil. Sistemáticamente, estos fueron los jalones: incendiaron Washington y el monumento a Lincoln, aniquilaron una flota norteamericana en operaciones en Filipinas, destruyeron el Golden Gate, convirtieron Broadway de Nueva York en un teatro del horror, derrumbaron los rascacielos y el heroico Empire State que ya había resistido a King-Kong, intentaron violar a una jovencita y atacaron a un valiente soldado por la espalda, también espantaron y luego aniquilaron a los ignorantes campesinos chinos que los consideraban un castigo de sus dioses, destruyeron la torre Eiffel, entraron en el parlamento inglés y mataron a varios senadores, y en la conmovedora tarjeta 36, aniquilaron un perro delante de su joven amo. El desprecio e impiedad de seres tan abyectos nunca tuvo parangón en nuestro planeta. La Humanidad se preguntaba si había conocido la suma del mal o se podía superar tanta monstruosidad. Y como siempre, de la Argentina vino la respuesta.
    Algunos años después de la invasión marciana, la muerte de Roberto y Susana Casas dentro de su automóvil, en nuestro país, no había sido casual. Después del ataque extraterrestre, los tripulantes del plato volador recuperaron el cadáver aún tibio de Susana, con instrumental sofisticado le arrancaron el corazón y lo acondicionaron para soportar, aún palpitante, un viaje hasta el confín del Sistema Solar, un viaje al helado Plutón. Según parece, se había corrido la voz que la tierra era un planeta fácil.
    Los plutonios habían descubierto en nuestro planeta la fuente de la eterna juventud, un corazón humano, colocado en un plutonio, podía hacerlo vivir más de 10.000 años.
    La operación “Gran Cosecha de Corazones Humanos” se puso en marcha, y miles de naves plutonias partieron hacia la Tierra. Esta vez los cronistas son argentinos, Héctor Oesterheld, nos describe a lo largo de 100 tarjetas la pesadilla reiterada después de pocos años de invasión marciana. Alberto Breccia es el fiel ilustrador de los descarnados episodios que podrían haber borrado a la Humanidad de la faz del Universo y que serán recordados como“Platos Voladores al Ataque”.
    Como los marcianos, los plutonios, que seguramente habían estudiado las tarjetas de “Marte Ataca”, empezaron por atacar objetivos militares del ejército argentino, de doble efectividad porque además eran gobierno. Empezaron lanzando rayos contra los cuarteles de Palermo y luego socavando sus cimientos. Más tarde sucumbieron Plaza de Mayo y el centro de la ciudad, y con una lógica particular siguieron por Nueva York, (apenas reconstruida después de lo de los marcianos), Berlín, Roma, París (otra vez), Tokyo, y de nuevo en nuestro país se ocuparon de barrios y suburbios: la calle Maipú hasta el puente Saavedra, Villa Lugano y San Isidro, de alguna manera querían demostrar que el cataclismo es democrático y le cae a las clases altas y bajas por igual.
    Con estas invasiones, los terráqueos conocimos el sofisticado armamento que se estaba usando en el espacio exterior. Ellos no usaban balas, casi todo era con rayos y otros artilugios. Por un lado, los marcianos al principio disparaban sus lanzarrayos incendiarios alimentados con energía solar. Luego, con armas atómicas portátiles, destruían, al paso, escuelas, fábricas y hogares. Los marcianos tenían el terrible rayo congelador con el que enfriaban y endurecían a los humanos indefensos y luego con el rayo encogedor los reducían hasta la desaparición. En el colmo del sadismo usaron una gigantesca pala mecánica que desde el plato volador aplastaba multitudes contra los pocos edificios que quedaban en pie.
    Y eso no fue todo, solo una mente retorcida que cabe únicamente en macrocefálicos de esta calaña, podía concebir y lograr el aumento hasta 500 veces del tamaño de repugnantes insectos. Entonces aparecieron las enormes arañas que tejíeron su tela de vereda a vereda para comerse todo lo que cayera en ella, inmundos escarabajos penetraron bajo tierra buscando familias enteras que devorar en los refugios subterráneos, y una oruga gigante quebró en dos el hermosos patrimonio de la humanidad: la torre Eiffel.
    Por su parte, los plutonianos no les iban en saga a tanto malévolo ingenio. Las pistolas lanzarayos eran moneda corriente, pero el colmo de su capacidad bélica se volcaba a la ingenería genética. Primero, empezaron sembrando semillas de plantas de crecimiento inmediato, lo que podía ser la panacea al hambre mundial, pero esa no era la intención. Las plantas eran carnívoras y de raíces móviles, en procura de alimento corrían a la velocidad de un humano. Luego, con otra maniobra genética, lograron que los dinosaurios volvieran a invadir la Tierra y enormes tyranosaurios atacaron desprevenidos automovilistas en la carretera Tokyo-Osaka, se comieron a los choferes y desecharon la carrocería como simple cáscara, y pterodáctilos, cabalgados por plutonianos, atacaron aviones jet en vuelo. Los jinetes extraterrestres tenían cuidado de salvar a las azafatas, no por caballerosidad, si no por el placer de tirarlas ellos mismos.
    No obstante tanta maldad, la resistencia terrícola superaba lo heroico. Cuando llegó un misterioso plato volador plutoniano con el mortífero “Rayo de tamaño”, valerosos aviones lo derribaron a costa de la propia vida de los pilotos. Antes de quedar destruido, el plato volador irradió unas chispitas del terrible rayo que dieron en un jardín de San Isidro y sobre un baboso caracol que enseguida creció hasta la altura de un edifico de 6 pisos. El caracol, a su paso, destruyó la calle Maipú y los aledaños, hasta que al llegar a Puente Saavedra, una ingeniosa ama de casa le tiró en la cabeza un paquete de veneno para babosas y lo mató en una repugnante agonía de baba, fluidos y gritos mortuorios.
    Todo demostraba que no estábamos solos en el cosmos, nos invadían de los cuatro costados, y circunstancialmente del espacio vendría nuestra ayuda. Los de Saturno, enemigos acérrimos de Plutón nos iban a ayudar en la liberación. La derrota de los invasores era un hecho. En la emotiva tarjeta 22, el pacto Tierra-Saturno fue confirmado: “Una mano de cinco dedos y otra de tres se estrechan con gran fuerza, la Gran Alianza está sellada”.
    Los Saturnianos, no tenían platos, si no “cigarros voladores” y desde ahí difundieron el gas de la locura, inócuo para los humanos, pero que hizo a los plutonianos bailar y reir frenéticos hasta la muerte. Luego vino la huída y la persecusión, los Saturnianos persiguieron a los Plutonianos hasta su propio planeta y con el rayo desintegrador aniquilaron todo resto de vida en el planeta que pretendió la inmortalidad con los tiernos corazones humanos.
    Con el enemigo destruido, los Saturnianos podían mostrar su verdadera cara e intención: invadir la Tierra. De regreso de Putón, de paso por su planeta, cortaron la mitad exterior del característico anillo y con sus naves, lo empujaron hasta nuestro hogar planetario.
    Al llegar, como un gigantesco bulldozer, el anillo de Saturno arrasó la Tierra, podó las selvas, recortó el Himalaya, hizo estallar volcanes y enterró las capitales, (otra vez el ensañamiento con nuestras ciudades e iba la tercera).
    El Mundo, al borde del colapso, ignoraba que su salvación vendría del lejano sur, de la Argentina. Ignorante de su destino, el niño Bocha, de unos doce años, rescató al maestro Mario Vélez y juntos escaparon en un jeep hacía Bahía Blanca para encontrarse con el sabio profesor Lanús. Juntos establecerían un plan de lucha, aunque antes debían sortear en la carretera las temibles “Vacas al Ataque”, embravecidas por el Rayo Feroz de los saturnianos.
    Con la experiencia de unos años antes con los marcianos, es sabido que el problema se debía cortar de raíz. Cuando fue la invasión marciana, la Tierra entera reunida en el “Comité Espacial”, organizó la operación exterminio en el Planeta Marte, y naves cargadas de bombas atómicas conducidas por furiosos y heroicos voluntarios, partieron a la noble venganza.
    Cuando las bombas atómicas rebotaron contra el campo gravitatorio creado en torno al planeta marciano, la lucha cuerpo a cuerpo quedó como única opción y fue imprescindible lanzar con paracaídas soldados comando a la superficie de Marte.
    Ni bien “amarcianizaron” los valerosos terrestres, los esmirriados marcianos huyeron frente a un enemigo feroz dispuesto a hacerles pagar con creces tanta crueldad contra la Tierra. Aún se nos hincha el pecho de emoción viendo la tarjeta 50, “Aplastando al enemigo”, donde un valeroso marín revienta de un culatazo el cerebro de un asqueroso marciano armado con cuchillo. Pero nuestros soldados no eran insensibles a las maravillosas ciudades bajo cúpulas creadas por tan inteligente como malvada civilización. Los edificios marcianos eran admirados antes de ser destruidos en busca del Centro Energético de las ciudades. Las escaramuzas con un Robot de más de 15 metros solo retrasaron lo inevitable,y finalmente, en la tarjeta 53 contemplamos la maravillosa destrucción del planeta Marte en una inmensa explosión atómica, culminando la fantástica epopeya que conocimos como “Marte Ataca”.
    Años más tarde, siguiendo la crónica de “Platos Voladores al Ataque”, los plutonianos fueron vencidos en su planeta por los saturnianos, pero a éstos fuimos nosotros los encargados de destruirlos en su propia casa. El plan ideado por el profesor Lanús, junto con el maestro Vélez, tenía la simpleza de lo genial: colocarle un supermotor al planeta Saturno para desviarlo de su órbita hacia la de Plutón y hacer estrellar los dos planetas, “matar dos pájaros de un tiro”.
    Para ello, se acondicionó una nave preparada para un viaje a Marte, (suponemos que de la invasión anterior), que se equipó con lanzadores de Rayos Antimateria Reforzados, como los de los saturnianos pero mejorados, (como no podía ser de otro modo viniendo de nosotros, los inventores de la birome, el colectivo y las medias de seda).
    El problema del combustible para recorrer una distancia multiplicada en varios millones de kilómetros que es la diferencia entre Marte y la Tierra y Saturno y la Tierra, únicamente era solucionable con una tripulación mas liviana: 5 heroicos niños a las órdenes del valeroso Bocha. De más esta decirlo, si no, no estaríamos contando la historia, la operación fue un éxito. Bocha y sus compañeros colocaron el motor en Saturno y mantuvieron a raya los saturnianos hasta la colisión con el otro planeta enemigo. De vuelta a la Tierra bajaron en Bahía Blanca donde fueron recibidos en un baño de multitudes agradecidas.
    Todos los saturnianos invasores de la Tierra también quedaron muertos, desactivados por ser robots movidos por la mente del emperador Uaur, desde Saturno.
    Nuestro planeta Tierra acababa de aprender su segunda o tercera lección frente a los peligros del espacio exterior. Habían sido destruidas las principales ciudades del mundo y con tezón se reconstruyeron. Además, se había aniquilado tres planetas del Sistema Solar, reduciendo el selecto grupo a 6 girando alrededor del Sol.
    En estos días, de acuerdo a testimonios de la moderna tecnología astronómica, los tres malignos planetas se han reconstruido y siguen dando vueltas vaya uno a saber por qué milagroso poder gravitatorio de la naturaleza, pero este cronista no sabe nada de astronomía.
    Hoy estamos a salvo, tal vez no por mucho tiempo.

  2. Ya actualizé la nota con las modificaciones, gracias por comentar!

    Y sobretodo gracias por el imaginario y la inspiración… Fue mi primer contacto con la Ciencia Ficción en Argentina!

    Saludos!

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