En un análisis del prefacio de Varela de la segunda edición (1995) del libro De maquinas y seres vivos: Autopoiesis: la organización de lo vivo, encuentro párrafos inspiradores. Y eso es lo que quiero rescatar, el relato, su poética y como me lleva a imaginar cómo sería un relato igualmente inspirador pero actualizado, que en lugar de los sesenta, evocara la experiencia post-dos mil
Los años 60: un giro ontológico o una ruptura en la mirada
En el prefacio, Varela evoca la experiencia de los años sesenta. La crisis de mayo del 68, que lo encuentra en Harvard. El proyecto Sybersyn, en la Unidad Popular, una gestión pionera en la aplicación de la cibernética a los procesos productivos. El encuentro con Maturana, que califica de crucial. La empatía con Lynn Margulis, que adoptó y difundió tempranamente la autopoiesis, en tanto la idea conectaba con las intuiciones e investigaciones precedentes de la notable científica estadounidense. El rol de Iván Illich, que llevó el primer escrito con la autopoiesis a Erich Fromm, quién, de inmediato, invitó a Varela para discutir cómo incorporar la idea en el nuevo libro que preparaba el gran pensador alemán.
Evoca también su disciplinada lectura de Teillard de Chardin. La revelación de Thomas Kuhn con su revolucionaria idea del cambio de paradigma científico, que develaba la naturaleza social de la ciencia. El fértil encuentro con los cibernéticos Heinz Von Foerster, Norbert Wiener y Warren Mc Culloch. El impacto que a todos ellos produjo la fenomenología y la teoría de sistemas, en su acepción amplia: de pensamiento en red en un mundo en red, y no en su reduccionismo funcionalista.
En 1968 fue publicada la Teoría general de sistemas de Ludwig Von Bertalanffy, biólogo y filósofo, aunque su formulación, junto a otros, venía desde antes. Niklas Luhman llevaba a la sociología la teoría general de sistemas. En la Psicología transpersonal, Abraham Maslow, Stanislav Grof, Ken Wilber y Daniel Goleman, la incorporaban al estudio de la mente. El químico y premio Nobel Ilya Prigogine publicaba la Teoría de las estructuras disipativas y sistemas complejos, sentando las bases para la teoría del caos, la geometría de los fractales y las matemáticas de la complejidad. En cibernética y en teoría de la auto-organización aportaban lo suyo los mencionados Norbert Wiener y Heinz Von Forster (este último del constructivismo radical). Gregory Bateson, filósofo y cibernético, publicaba en esos años dos obras fundamentales: Pasos hacia una ecología de la mente y Espíritu y naturaleza: una unidad necesaria (avances en teoría de sistemas, complejidad y ciencias humanas). El filósofo Edgar Morin avanzaba el corpus central de su pensamiento complejo y transdisciplinario, que el conocimiento se teje en una amplia red, porque el mundo es una red de relaciones. Los autores inscritos en una posmodernidad deconstructivista, herederos de Heidegger, asumían como método la interpretación para desarrollar la enorme tarea de deconstrucción de la moderna racionalidad instrumental y representativa.
Eso ocurría en los libros. Mientras en las calles, en vital sincronía, en occidente emergían nuevas sensibilidades. El ecologismo social y militante comenzaba a interpelarnos con su revolucionario gesto de respeto a la biosfera. El antiautoritario grito del “prohibido prohibir” daba cuenta de la demanda en pos del respeto en una diversidad de espacios relacionales cotidianos. El gesto antipatriarcal de las mujeres, ahora en rebeldía socio-existencial, ya no iba solo tras el sufragio, sino en busca de un respeto integral. Los variopintos colores de los rostros y en las diferentes culturas reivindicaban el respeto a sus específicas y ricas miradas. Y era también respeto lo exigido por los hombres y mujeres homosexuales, tras siglos de ser condenados con desprecio y castigados a la vergüenza y a una intensa exclusión emocional.